Ella se miraba las manos al cumplir más de 50 años. La cirugía plástica le arregló la cara y le quitó una década de encima, el gimnasio y la dieta hicieron lo mismo, pero las malditas cremas para las manos no.
Su vida se volvió una cifra en el banco, en el salario, en la edad, en los latidos cardíacos, en la presión arterial. Estaba en aquel río de números que al parecer era como el agua correntosa, que arrastra a todos los humanos.
Para sus cuentas la felicidad dependía de mostrar menos años y de tener más riqueza, era la simple ecuación para no naufragar.
De pronto aquella visión, que aparecía al maquillarse frente al espejo de la cómoda en el hotel, se fracturó.
-¡Hola abuelita!- fue el saludo de una niñita de tres años.
- Hola mi amor
- ¿Cómo estás?
- Cada día más viejita, pero cada día más alegre.
-¿Por qué?
- Porque mi vida tiene un nuevo motivo
-¿Cuál?
-Tú
Tomó la mano de su nietecita y se fue a caminar por la playa de Mompiche, saludando a personas que no conocía. Bajo una palma de coco fue feliz recordando en silencio; aquel río de cifras en una sola dirección, se convirtió en un ir y volver de olas, como imágenes y palabras, sin números; entonces su cara se volvió a llenar de aquellas arrugas que valía lucirlas sin vergüenza.
De pronto aquella visión, que aparecía al maquillarse frente al espejo de la cómoda en el hotel, se fracturó.
-¡Hola abuelita!- fue el saludo de una niñita de tres años.
- Hola mi amor
- ¿Cómo estás?
- Cada día más viejita, pero cada día más alegre.
-¿Por qué?
- Porque mi vida tiene un nuevo motivo
-¿Cuál?
-Tú
Tomó la mano de su nietecita y se fue a caminar por la playa de Mompiche, saludando a personas que no conocía. Bajo una palma de coco fue feliz recordando en silencio; aquel río de cifras en una sola dirección, se convirtió en un ir y volver de olas, como imágenes y palabras, sin números; entonces su cara se volvió a llenar de aquellas arrugas que valía lucirlas sin vergüenza.
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