Era escoria sin más gloria
que haberse metido a otro país
y para ser feliz
prestaba plata a cualquiera,
sin pedirle garantía,
ni papeles ni hipotecas;
era un sabido de oficio,
engendrado por los paras,
un mercenario matón,
temido como sicario,
y tenía un relicario,
de lárgimas o lamentos
y sin duda de tormentos
aplicados a su antojo,
para aliviar el enojo
que tenía con la vida.
-Yo le presto cuatrocientos mil.
Me dijo como si nada.
-¿Cuatrocientos mil dólares?
- y sino pida quinientos.
Si eso puede pagar.
- ¿Y qué tengo que firmar?
No tengo sino este negocio.
Arriendo este local.
-Usted no le ponga afán.
Empecemos con quinientos.
Me paga el 0,5% mensual
y cada día un tantito.
Así empezé ese jueguito
y el día que no pagaba,
al interés se sumaba
por cualquir incumplimiento.
- Mire que me está debiendo
sólo doscientos y ya.
Le presto esta vez los mil,
me paga los doscientos,
así le restan ochocientos,
que me los cancela a puchos.
El negocio hay que alentarlo,
a mi me importa que gane
y que pueda ser feliz.
Porque si uste gana,
por supuesto, gano yo.
La deuda se fue sumando,
hasta el día en que eran cinco
los miles que ya debía.
- Mire que la costa marcha,
pero necesita empuje.
¿Que tal si le presto pa`un carro?
-¿Y cómo lo pagaré ?
Si ni siquiera puedo
con aquel dinero que debo.
Usted nomás lo compra.
Yo le dire como paga
y podrá salir de las deudas,
en menos de lo pensado.
En el día señalado,
al carro recién comprado
le camuflaron pa` droga.
Entre el tubo y la llanta
iban paquetes menudos
no se cuantos kilos había
y así yo me movía
burlando a la policía,
hasta que compre una casa.
Ahora ya no me pasa
ese sufrir escondiendo.
Le dije al prestamista
que me saque de su lista,
que yo ya estoy retirado.
El hombre se ha marchado
seguro está rico y forrado,
o está muerto y sepultado,
porque no me ha molestado
en ninguna otra ocasión.
que haberse metido a otro país
y para ser feliz
prestaba plata a cualquiera,
sin pedirle garantía,
ni papeles ni hipotecas;
era un sabido de oficio,
engendrado por los paras,
un mercenario matón,
temido como sicario,
y tenía un relicario,
de lárgimas o lamentos
y sin duda de tormentos
aplicados a su antojo,
para aliviar el enojo
que tenía con la vida.
-Yo le presto cuatrocientos mil.
Me dijo como si nada.
-¿Cuatrocientos mil dólares?
- y sino pida quinientos.
Si eso puede pagar.
- ¿Y qué tengo que firmar?
No tengo sino este negocio.
Arriendo este local.
-Usted no le ponga afán.
Empecemos con quinientos.
Me paga el 0,5% mensual
y cada día un tantito.
Así empezé ese jueguito
y el día que no pagaba,
al interés se sumaba
por cualquir incumplimiento.
- Mire que me está debiendo
sólo doscientos y ya.
Le presto esta vez los mil,
me paga los doscientos,
así le restan ochocientos,
que me los cancela a puchos.
El negocio hay que alentarlo,
a mi me importa que gane
y que pueda ser feliz.
Porque si uste gana,
por supuesto, gano yo.
La deuda se fue sumando,
hasta el día en que eran cinco
los miles que ya debía.
- Mire que la costa marcha,
pero necesita empuje.
¿Que tal si le presto pa`un carro?
-¿Y cómo lo pagaré ?
Si ni siquiera puedo
con aquel dinero que debo.
Usted nomás lo compra.
Yo le dire como paga
y podrá salir de las deudas,
en menos de lo pensado.
En el día señalado,
al carro recién comprado
le camuflaron pa` droga.
Entre el tubo y la llanta
iban paquetes menudos
no se cuantos kilos había
y así yo me movía
burlando a la policía,
hasta que compre una casa.
Ahora ya no me pasa
ese sufrir escondiendo.
Le dije al prestamista
que me saque de su lista,
que yo ya estoy retirado.
El hombre se ha marchado
seguro está rico y forrado,
o está muerto y sepultado,
porque no me ha molestado
en ninguna otra ocasión.
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