Sobreviví milagrosamente en el último combate, durante un años viví amarrado a una estaca. Cada día para poder comer tenía que primero practicar saltos y picotazos, a veces con otro gallo, o solo, después podía comer. El agua para beber ponían ají, lo que me gustaba mucho, pero mi amo creía que eso me haría más bravo.
La pelea fue en la gallera de Canoa. Tardamos en llegar. En el lugar había un bullicio, pues había llegado un capo mafioso, en un lujoso vehículo, que puso un gran fajo de billetes en la mesa del juez y retó al todo el pueblo.
-Si quieren que pele mi gallo- dijo acomodándose un sombrero de vaquero- tienen que cubrir mi apuesta.
En ese tiempo la moneda era el sucre y doscientos sucres valían un dólar.
Cargaba un gallo japonés, pues lo traía directamente de ese país donde también se jugaban las peleas de gallos. Como sabía que mi patrón no tenía el dinero para cubrir la apuesta , yo estaba de lo más tranquilo, cuando comenzó a gritar
-Ya pues. Yo pongo a pelear a mi gallo, pero si entre todos cubrimos la apuesta.
Había ganado numerosas peleas. Todos los domingos, desde hace 5 meses maté un gallo en la gallera, algunos antes del minuto. Mi mejor patada con las navajas de acero o de espina de raya, , era cuando ya veía que mi enemigo había saltado para atacarme, yo simplemente bajaba la cabeza lo dejaba pasar sobre mí y ni bien pisaba el suelo ya estaba sobre él.
Mi patrón me sacó de la jaula, me sopló la cara con trago y comenzó a hacerme saltar, luego me pusieron en la balanza. Pesaba menos que el gallo japonés, que al mirar parecía que me lanzaba rayos.
Cuando nos topeteamos, ese gallo negro de un picotazo me saco mis plumas coloradas de las alas. Me di cuenta que era muy veloz.
Nos soltaron, pero no saltó, se quedo con su pico cerca al suelo y las plumas del cuello encrespadas, estudiando mis movimientos. No sabía que hacer, no me gustaba atacar primero. Mi dueño me empujaba para pelear. Hice un amague, pero fue como si leyera mi mente, al instante rodaba por el piso y sus navajas asesinas me hicieron varios cortes pero no se clavaron en mi cuerpo.
Con dos picotazos le puse a sangrar la cresta y la gente se entusiasmó, entonces el mafioso detuvo la pelea.
- Duplico las apuesta o retiro a mi gallo- propuso al los espectadores.
Las protestas no se hicieron esperar, pero la oferta era jugosa. Los más viciosos fueron a sus casas a buscar dinero. El juez llenó tres bolsas con las apuestas, la gente creía que yo ganaría, pero yo no estaba muy seguro.
Volvimos a saltar al ruedo, era un ir y venir feroz. Nos hacíamos mucho daño en cada ataque, lo que enardecía a los fanáticos.
El mafioso volvió a poner otro fajo de billetes en la mesa y propuso
-Pago el dobre al que me cubre.
Mi patrón, medio borracho y eufórico, empeño el caballo, la casa y acercándose al mafioso le dijo.
- Te doy un polvo con mi hija que tiene catorce años y está virgencita.
- Un polvo no. Me la vendes para yo usarla cuando me de la gana.
Mi patrón sólo sonrió viendo a su linda hija. -Si gano la mando a estudiar a la capital- me dijo mirándome fijamente a los ojos.
Aquella niña era la única que me trataba con cariño, me soltaba para que corretee con las gallinas y nunca me faltaba con la comida. El miserable de mi patrón la apostaba a sabiendas que a lo mejor ella sería también una víctima.
Cuando volví al combate, la polvareda que levantaban nuestras alas apenas si nos deja ver, pero el gallo japonés era muy astuto. De pronto sentí un calor que corría por las piernas, estaba mal herido, me perforó el pulmón, pero mi navaja también se la había clavado, por lo que no podía pararme.
Cuando puse el pico en el suelo el juez me declaró perdedor . Mi patrón estaba desecho. Corrió al graderío para esconder a su hija, pero los guardaespaldas del mafioso lo detuvieron. De pronto no sé cómo los ojos se me volvieron a abrir, el aire me salía haciendo burbujas de sangre por el pecho, pero estaba vivo, en tanto que el gallo japonés, que el mafioso llevaba en su mano como ganador, dejo caer su cabeza, había muerto.
La hija de mi patrón y yo escapamos mientras su padre celebraba. Nunca lo volvimos a ver.
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La pelea fue en la gallera de Canoa. Tardamos en llegar. En el lugar había un bullicio, pues había llegado un capo mafioso, en un lujoso vehículo, que puso un gran fajo de billetes en la mesa del juez y retó al todo el pueblo.
-Si quieren que pele mi gallo- dijo acomodándose un sombrero de vaquero- tienen que cubrir mi apuesta.
En ese tiempo la moneda era el sucre y doscientos sucres valían un dólar.
Cargaba un gallo japonés, pues lo traía directamente de ese país donde también se jugaban las peleas de gallos. Como sabía que mi patrón no tenía el dinero para cubrir la apuesta , yo estaba de lo más tranquilo, cuando comenzó a gritar
-Ya pues. Yo pongo a pelear a mi gallo, pero si entre todos cubrimos la apuesta.
Había ganado numerosas peleas. Todos los domingos, desde hace 5 meses maté un gallo en la gallera, algunos antes del minuto. Mi mejor patada con las navajas de acero o de espina de raya, , era cuando ya veía que mi enemigo había saltado para atacarme, yo simplemente bajaba la cabeza lo dejaba pasar sobre mí y ni bien pisaba el suelo ya estaba sobre él.
Mi patrón me sacó de la jaula, me sopló la cara con trago y comenzó a hacerme saltar, luego me pusieron en la balanza. Pesaba menos que el gallo japonés, que al mirar parecía que me lanzaba rayos.
Cuando nos topeteamos, ese gallo negro de un picotazo me saco mis plumas coloradas de las alas. Me di cuenta que era muy veloz.
Nos soltaron, pero no saltó, se quedo con su pico cerca al suelo y las plumas del cuello encrespadas, estudiando mis movimientos. No sabía que hacer, no me gustaba atacar primero. Mi dueño me empujaba para pelear. Hice un amague, pero fue como si leyera mi mente, al instante rodaba por el piso y sus navajas asesinas me hicieron varios cortes pero no se clavaron en mi cuerpo.
Con dos picotazos le puse a sangrar la cresta y la gente se entusiasmó, entonces el mafioso detuvo la pelea.
- Duplico las apuesta o retiro a mi gallo- propuso al los espectadores.
Las protestas no se hicieron esperar, pero la oferta era jugosa. Los más viciosos fueron a sus casas a buscar dinero. El juez llenó tres bolsas con las apuestas, la gente creía que yo ganaría, pero yo no estaba muy seguro.
Volvimos a saltar al ruedo, era un ir y venir feroz. Nos hacíamos mucho daño en cada ataque, lo que enardecía a los fanáticos.
El mafioso volvió a poner otro fajo de billetes en la mesa y propuso
-Pago el dobre al que me cubre.
Mi patrón, medio borracho y eufórico, empeño el caballo, la casa y acercándose al mafioso le dijo.
- Te doy un polvo con mi hija que tiene catorce años y está virgencita.
- Un polvo no. Me la vendes para yo usarla cuando me de la gana.
Mi patrón sólo sonrió viendo a su linda hija. -Si gano la mando a estudiar a la capital- me dijo mirándome fijamente a los ojos.
Aquella niña era la única que me trataba con cariño, me soltaba para que corretee con las gallinas y nunca me faltaba con la comida. El miserable de mi patrón la apostaba a sabiendas que a lo mejor ella sería también una víctima.
Cuando volví al combate, la polvareda que levantaban nuestras alas apenas si nos deja ver, pero el gallo japonés era muy astuto. De pronto sentí un calor que corría por las piernas, estaba mal herido, me perforó el pulmón, pero mi navaja también se la había clavado, por lo que no podía pararme.
Cuando puse el pico en el suelo el juez me declaró perdedor . Mi patrón estaba desecho. Corrió al graderío para esconder a su hija, pero los guardaespaldas del mafioso lo detuvieron. De pronto no sé cómo los ojos se me volvieron a abrir, el aire me salía haciendo burbujas de sangre por el pecho, pero estaba vivo, en tanto que el gallo japonés, que el mafioso llevaba en su mano como ganador, dejo caer su cabeza, había muerto.
La hija de mi patrón y yo escapamos mientras su padre celebraba. Nunca lo volvimos a ver.
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