Altamente eficiente con su horario, tenía una vida de citas cronometradas, que le hacían parecer el sacerdote de la religión del tiempo, hasta que se estrelló en el amor y aquella chica era su antítesis: sin tiempo, sin agenda, le parecía fascinante por libérrima, informal, impredecible que escribía cuentos maravillosos el rato menos pensado.
-No nos volveremos a ver- Le dijo finalmente- No puedo continuar con tu ritmo de vida. Ella estaba a punto de ser madre y pesó que era mejor aceptar aquel mundo donde para todo hay que sacar turno o cita, incluso para hacer el amor. Desde entonces se le ve sentarse en la ventana y mirar por horas a su canario encerrado, junto al reloj de pared; mientras su marido se vanagloria de sus logros como funcionario del gobierno y se escapa con mujeres sin agenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario