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martes, 7 de junio de 2011

Una mirada al cielo

Entre malas noches y trabajo incierto, continuó.  Había visto una película llamada Bajo el Sol de Toscana, que contaba la historia de una escritora norteamericana, que decepcionada de su vida matrimonial escapó a Italia y compró una vieja en Tocana.  El repararla, fue una sacrificio humano y económico que parecía no tener recompensa, pero una persona amiga le dijo que una comunidad de los Alpes, entre Austria e Italia, construyó un camino con la esperanza que el tren cruzaría algún día para unir las dos naciones, por su pueblo. Pasaron décadas y al final se cumplió. La escritora encontró compensaciones aun mejores que en sus sueños, al abrigar en su casa gente capaz de amar.
Aquel hombre trabajaba como los pintores, que pintan sin saber la suerte de sus obras.  Era un ejercicio para probar y probarse.
Las dificultades económicas le iban apretando, junto a él, su familia se veía en momentos de ahorro y limitación.  Era como los campesinos que siembran a espera de una buena cosecha, pero que enfrentan un clima adverso.  Se aferraba, hacía propuestas a los que pensaba tenían recursos para invertir y sacar provecho de su trabajo, pero era un punto de vista, no lo que los políticos, funcionario o dueños de fondos, podían considerar de su interés.
Los meses se fueron juntando, él comenzó a recordar como aprendió a hacer aquel  trabajo.  Fue porque ganó un concurso y con el dinero obtenido para hacer la obra, compró herramientas, contrató trabajadores, y en la medida que la obra concluía, fabricó en sí  mismo la capacidad de hacer de manera independiente.
Al ver a su nieta, que estaba ya gateando, recordó que los que le debían $10500 usd, por tres capítulos que los había concluido,  pero que ya no los querían, pero que no haría un juicio por eso.  Pensó que eso era como cuando un niño nace a los 7 meses.  Tenía derecho a estar en su madre, alimentarse de ella por 9 meses, pero por razones múltiples, fue expulsado antes de hora del vientre materno.  Ahora aquella criatura tenía que aprender a comer, luego a caminar, después a hablar, y cuando joven a ser independiente, a trabajar con sus propias ideas, conocimientos y habilidades solo o con los que le aman.
 Le tocaría hacer lo mismo, conservar su libertad e independencia creativa, no mendigar un empleo, una dádiva, concursar,   producir lo mejor   sin esperar más que de sí mismo, a hacer algo bueno que se venda, y  venderlo al mejor precio posible.  .
Por la ventana se veía la ciudad de Quito, era un lugar lleno de autos que contaminaban la atmósfera, en esas calles y en cada casa había alguien que había aprendido a vivir de manera independiente del gobierno.
Era una bendición, pues conocía de otros países donde la gente estaba a merced del dinero del Estado y eso le hacía sentir un prisionero en una isla del paraíso, pero prisionero al fin.
Como su nieta, pero a los 56 años, se veía gateando, caminando de rodillas, pero conjugando lo que el tiempo y la vida le había enseñado.   Lo importante era volver a pararse en los dos pies, el caminar en dos pies significaba aprender a encontrar el equilibrio, vencer el miedo a caerse, coordinar los pies, el cuerpo y la mente.  Solo debía intentar volver a caminar sólo.
Así fue como volvió a mirar al cielo


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