Se había vuelto viejo, las malditas fotos se lo decían en la cara, pero lo más doloroso era saber que cuando decía algo nacido del su experiencia, era recibido por los que le escuchaban como un escupitajo. Su vida había sido la de un cualquier humano que trabaja, come, y duerme, conviviendo con su mujer y sus hijos.
Era tan cierto aquello que experiencia es lo que te queda cuando no te queda nada.
Ya no se atrevía a decir ni a sus hijos ni a nadie lo que era correcto hacer, pues al parecer era como llamar a un viento en contra, que se ensañaba contra las velas de un barco.
Finalmente recurrió al silencio, era como aceptar la prisión de su ser, de sus palabras, había caído en el delito de la falta de elocuencia.
Menos mal que los seres amados habían aprendido algo que no les enseño, si no que les obligo ese rechazo natural a ser conducidos por otra persona, habían aprendido a encontrar sus propios caminos, y muchos de esos caminos eran mejor que el que el les ofreció.
Era tan cierto aquello que experiencia es lo que te queda cuando no te queda nada.
Ya no se atrevía a decir ni a sus hijos ni a nadie lo que era correcto hacer, pues al parecer era como llamar a un viento en contra, que se ensañaba contra las velas de un barco.
Finalmente recurrió al silencio, era como aceptar la prisión de su ser, de sus palabras, había caído en el delito de la falta de elocuencia.
Menos mal que los seres amados habían aprendido algo que no les enseño, si no que les obligo ese rechazo natural a ser conducidos por otra persona, habían aprendido a encontrar sus propios caminos, y muchos de esos caminos eran mejor que el que el les ofreció.
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