En los 70 volvía a la vida el Hipódromo la Carolina. El caballo del diablo era un corcel llamado Mariscal, en honor al barrio donde la bohemia había hecho su nido.
Bello, negro con manchas rojizas como el capulí y una estrella en la frente, atraía con corcoveos y poses de caballo entero, predispuesto a la pelea y a las yeguas.
Sus bríos traducían la vida de la Mariscal, donde la noche se movía en un vértigo.
Aquel animal seductor se llevaba las apuestas y ganaba hasta que la gente estaba dispuesta a todo, entonces, perdía, el dinero de muchos se hacía humo, y él era feliz relinchando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario