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martes, 23 de agosto de 2011

El loco

Pepe Pancho, era una energía humana diferente, que había aprendido a caminar en compañía de otros seres humanos, y todos los días preparaba la comida para un grupo de trabajadores de una empresa, que construía las nuevas carreteras del país que eran de concreto.  
A diferencia de los otros cocineros,  se daba tiempo para caminar y pensar antes de empezar su trabajo y que mientras juntaba los ingredientes y los preparaba, su mente recorría por el valor nutritivo, la emoción de los sabores y olores, el ánimo de los comensales.
Terminada su faena con la limpieza de la cocina, los platos y las ollas, afuera le esperaba la asombrosa naturaleza, que recibía como una cuchillada dolorosa e hiriente el trabajo de las máquinas y los obreros, que abrían montañas y saltaban ríos.
-Oye loco- meditabundo como siempre- le dijo el capataz que botella en mano se aprestaba a irse de fiesta con sus amigos, para celebrar el cobro de la quincena.
- Ya sabes, metido en mi onda.
- ¡Rayado ñaño, rayado es la palabra!.   Tu vives en la luna.  Ven vamos de rumba.  Te voy a presentar las hembritas precisas para que pongas los pies en la tierra.
La noche transcurrió en medio del baile, el juego de billa, las discusiones del fútbol, la política y cualquier novedad curiosa.
- Bueno...¿ y qué ?  ¿No arreglaste nada con esa muchacha?.  Si quieres te preso plata para el "polvito". ¿Cuánto te pide?.   No le pagues más de 15 dólares.  Y déjate de mariconadas, que ya medio mundo piensa que a más de loco eres impotente o marica.
Por curiosidad se aventuró a entrar en el cuartucho de caña.  Una cama de madera de una plaza, junto a la pared, un corredor de 50 centímetros, unas ropas colgadas al fondo, sin ventanas y con un foco incandescentes que iluminaba el valde de agua y la lavacara eran el escenario.
- Desvístete y déjame ver la paloma- fueron las palabras de recibimiento de aquella joven que realizaba su oficio de manera mecánica.- Si quieres ver mis senos son tres dólares más.
Luego de lavarle el pene y ponerle el preservativo, se acostó en la cama con sus piernas abiertas y el cuerpo descubierto de la cintura para abajo.
-¡Ya pues!, súbete.
Para Pepe Pancho, eso era como arrojarse al río desde el peñón más alto, cuando alguien te empuja de sorpresa.  Se vio caer en un orificio humano, donde la mujer juntaba y separaba los múslos para fingir contracciones vaginales.  
- ¡Ya pues! ¿ Llegaste?. ..Si de pasas de los cinco minutos me tienes que pagar otra ronda.
Era peor que una mastrubación, el taxímetro cerebral de la muchacha, le obligaba a hacer un trabajo forzado, que al parecer sólo se podía justificar en la eyaculación, que maldita sea no llegaba.  Pero finalmente llegó.   Después de eso la nada, el hueco, el vacío, la desilusión, la resaca y el asco.
No recuerda cuantas veces más se repitió esto. Era el castigo por sus pensamientos lujuriosos, un autocastigo por saber y sentirse nadie.   Hasta que las personas que comían su comida le felicitaban y la vida se separaba de la mierda.













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