En el Panecillo, la montaña en el centro de la ciudad, el sol se marchaba por los Andes, y las campanas de la Iglesias llamaban a misa. Entonces La Virgen de Quito y el sol se despidieron. La Virgen le dijo: querido dios de los Incas, admiro que siempre les muestres a blancos e indios tu rostro amable.
- Porque mi altar es otro. No necesito ciudades, casas o templos. Casi todas las formas de vida en la Tierra me ven y me necesitan - contestó.
- Lo sé; yo sólo represento el espíritu de un grupo humano- dijo la Virgen.
- Porque mi altar es otro. No necesito ciudades, casas o templos. Casi todas las formas de vida en la Tierra me ven y me necesitan - contestó.
- Lo sé; yo sólo represento el espíritu de un grupo humano- dijo la Virgen.
-Pero los humanos siempre me sorprenden.
Cuando el sol se ocultó, la Virgen miró a su hijo Jesús, en la cruz de la Iglesia de San Francisco y a sus pies, el sacerdote que bebía el vino, símbolo de su sangre y su dolor, en copa de oro.
Cuando el sol se ocultó, la Virgen miró a su hijo Jesús, en la cruz de la Iglesia de San Francisco y a sus pies, el sacerdote que bebía el vino, símbolo de su sangre y su dolor, en copa de oro.
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