
Al anochecer las dudas y las confianzas vivían un duelo en su mente, hasta que el sueño lo venció. En su cabeza aparecieron imágenes extrañas que lo trasladaron al Mediterráneo, cuando los romanos y los griegos se peleaban por Sicilia y su puerto Siracusa. Con imágenes confusas y coloridas, recordó la leyenda de Arquímedes, el inventor que usó espejos para incendiar los barcos invasores y un extraordinario brazo mecánico que destrozaba la flota romana, que tardó 8 meses de asedio para entrar. Pero lo más sorprendente de ese hombre, fue como hizo para decirle al rey de Siracusa, si la corona que le habían hecho era de oro o no. Según cuentan, resolvió el problema al meterse a la bañera y notar que se desplazaba fuera de ella agua, midiendo esta agua se podía conocer la densidad de los cuerpos, había descubierto como diferenciar la materia. Pero se hallaba abstraído en sus cálculos cuando un soldado romano vino con una orden y el distraído genio, no le hizo caso a su asesino.

Sentado frente al examen, aquella pregunta le asaltó como ladrón de su espíritu, pero sus manos comenzaron a dibujar respuestas que venían de algún lado oculto de su alma, un lado que existía lejos del bien o del mal, de lo correcto y lo incorrecto, del tiempo, del éxito, o de sus necesidades, venia de su curiosidad.
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