lunes, 17 de enero de 2011
El ladrón de huesos
Tres horas estuve encerrado en una cripta del Cementerio de San Diego. El profesor de anatomía nos había pedido los huesos del cráneo y las extremidades. Afuera, el albañil que colocaba una lápida, me impedía salir de aquel horrible hueco, donde las hormigas caminaban en fila interminable. La posición de cuclillas me amortiguaba la piernas y el muerto parecía vengarse con mis ganas de orinar. Al albañil le dio un desmayo al verme salir violentamente de la tumba. A la carrera busque la puerta del cementerio, pero soldados del ejercito hacía la calle de honor a un oficial fallecido. Cruce veloz en medio de los sorprendidos uniformados con sus espadas levantadas y me perdí por las estrechas callejuelas. Desde entonces el dueño de los huesos me visita feliz de haberlo sacado de ese triste lugar y conversamos alegres frente al libro de anatomía.
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