Sesenta y ocho años, una mujer de 30, una hija de 4 y uno de 7. La noticia fue fatal, tiene cáncer de próstata.
- ¿Hay algo que hacer?- pregunto como un preso sentenciado a muerte.
-Tiene grado 8; está complicado.
Se despidió del doctor y al mismo tiempo de la medicina occidental; le quedaban las medicinas alternativas, pero presentía que era la hora de poner todo en orden antes de partir de este mundo. No valía la pena agotar los pocos recursos económicos que debían custodiar a su seres queridos.
Pero su padre fue diagnosticado hace 10 años de lo mismo y a sus noventa años seguía dando guerra. La vida y la muerte son dos jugadores sorprendentes, quizás eso sean lo más maravilloso.
En ese instante reconoció que vivir fue el saberse sorprendido por detalles, situaciones, emociones y tanto de todo, que ya su memoria le fue insuficiente, pero le quedaba un recuerdo emocional de todo en alguna parte.
Al llegar a su casa la atmósfera estaba enrarecida, todos respiraban la noticia mezclada con el aire, que ya no se sacudía con la risa de la familia. Entonces se dio cuenta que lo más importante había sido el buen humor y comenzó a celebrar cada cosilla que le sorprendía con una alegría sincera y profunda, como nunca la había sentido, así que se fue a seguir trabajando en la tierra, en la que cariñosamente depositaba semillas antes de depositar su cuerpo cerca al Río Mira y al puente del Tercer Paso al que vio toda su vida.
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